Por
lo general cuando se habla de lograr un embarazo sano se acostumbra a hacer
referencia a los aspectos físicos obviando, la mayoría de las veces, el
componente emocional.
Esta
realidad no debería asombrarnos ni escandalizarnos. Si reflexionamos podemos
entender que resulta lógico que en una primera instancia se haya prestado
prácticamente toda la atención a los aspectos orgánicos, al área médica
-ginecología, obstétrica...-, sin embargo, podríamos decir que hoy día el
componente emocional está eclosionando y, a la vez que se reconoce, se expande
y toma fuerza.
En
la actualidad, gracias a investigaciones provenientes de todos los campos
-medicina, psicología, neurobiología...- vamos entendiendo, poquito a poquito,
cómo funciona esa unidad funcional que se establece entre un organismo físico
-un cuerpo- y esas corrientes emocionales o de pensamiento que lo envuelven,
que lo circundan, y se entrelazan con él potenciándolo a su máxima expresión
pero que, en ocasiones, también lo enferman e incapacitan.
El
embarazo y todavía más la concepción, representan la estación de punto de
partida para la experiencia de la maternidad. Y esa vivencia, a las mujeres, nos
agita por dentro, no nos deja igual. Y al mismo tiempo que un anhelo nos
palpita en las entrañas, se remueven las estructuras cognitivo-emocionales
sobre las que nos hallamos ubicadas y se reabren viejas heridas que parecían
haberse extinguido; sólo dormitaban.
¿De
qué tipo de magulladuras emocionales estoy hablando? Principalmente, me
refiero a las heridas que se dieron con la hebra que nos conectó con la vida,
la madre.
Esa
madre que puede serlo con todo su exponencial sentido, o puede serlo únicamente
a modo de título honorífico nos enlaza con la vida proponiendo a nuestra tabula
rasa un especial ensamblaje cognitivo-emocional.
Y
así pues, cuando la vida nos bendice con ese ser que tanto deseamos que llegue,
nos activa inputs que ya ni recordábamos o que creíamos superados pero que en
realidad yacían en los más recóndito de nuestra sombra camuflados por la
carcoma del tiempo y la polvareda del día a día.
El
hecho de devenir madre nos conecta con el universo arquetípico de esas madres
que nos han precedido y origina que un pequeño o gran porcentaje de nuestras
reacciones sea secundario a esas creencias, supersticiones, dogmas, miedos que
hemos heredado.
Creo
firmemente que...
"Ser
madre reactiva el vínculo que nuestra niña interna tuvo con la madre o con su
figura de apego"
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