En la terapia, como en la vida, resulta básico el punto de referencia
que usamos para navegar por el mundo.
Sabemos que nuestra personal perspectiva vital se presenta coloreada con matices próximos a las
tonalidades de nuestras emociones y pensamientos predominantes y también
nos consta que la mayoría de metacogniciones se gestaron a lo largo
de nuestra más tierna infancia y, en el presente, siguen destilando encima de nosotros
como si de una gotera se tratara; gotas intermitentes, rítmicas o
humedades que se nos infiltran en forma de creencias que, en contadas
ocasiones, aparecen plenamente visibles aunque la mayoría de las veces ,
desde el subsuelo del inconsciente, nos mueven casi a control remoto.
Cuando alguien se adentra en un proceso terapéutico entiende que desde la visión del psicoterapeuta existen dos bloques sumamente importantes: la calidad relacional vincular con las figuras progenitoras y el volumen de experiencias adversas que nos han podido traumatizar. Recordemos brevemente que el trauma puede darse de forma súbita, potente y puntual pero que también puede desarrollarse de una forma gradual o constante, erosionadora y debilitante.
El caso es es que en relación a las experiencias que pueden habernos traumatizado resulta básica la actitud que tomamos para poder afrontar el problema que nos preocupa.
Considero muy importante llevar a cabo un tipo de terapia clínica con garantías, como es el caso del enfoque EMDR -aconsejado por la OMS para el abordaje de TEPT-. Al mismo tiempo esta trabajo terapéutico puede estar enfocado de forma compasiva. Hablamos de un tipo de terapia con
dos matices básicos y, a mi modo de ver, imprescindibles. Estamos
hablando de la no-culpabilitzación y, como no, de la compasión.
Partir de una posición no-culpabilizadora implica que el paciente comprenda que aquello que le pasó, y que le impide vivir serenamente , pertenece a una cadena de dolor transgeneracional que no se sanó. La mayoría de las veces, los antepasados no afrontaron sus propios problemas por diversos motivos: desinformación, incapacidades diversas (económicas, patològicas...). Tampoco deberíamos olvidar que no-culpabilizar y desculpabilizar no son, para nada, lo mismo.El caso es que cuando alguien comprende que culpabilizar está de más, ya que no le lleva a ningún lugar sino que lo atrapa en el resentimiento y quizás también en el odio, se libera de una considerable carga abriendo en el mismo instante una vía terapéutica que le permite pasar a efectuar el abordaje y el procesamiento del dolor enquistado, del trauma.
El siguiente aspecto que comporta este estilo terapéutico armonizador es la compasión y esta podría leerse como el deseo de liberar a los demás del sufrimiento .
Este enfoque compasivo nos ayuda a comprender que si nos sanamos emocionalmente hablando, al mismo tiempo contribuimos a la sanación del entorno -hijos, pareja, familia, amigos... - y esta contribución implica que el interesado puede ir dejando de verse como partícipe de la contaminación transgeneracional cognitivo-emocional y, a la vez, se responsabiliza de su bienestar y de la calidad relacional a través de la que se vincula con las personas de su entorno.
El caso es que tanto si seguimos un proceso terapéutico como si no lo efectuamos, la perspectiva de la compasión y no-culpabilización nos puede ayudar a reequilibrar ese punto de referencia que usamos para enfocar nuestro vivir. ¿Lo reajustamos?