“(...) aquel camino hacia la pubertad tenía que
recorrerlo muy seriecita y con el susto en el cuerpo, como si a cada momento
pudiera saltar un bicho desconocido de cualquier esquina. Eso era prepararse a
ser mujer”.
Carmen Martín Gaite en Usos amorosos de la posguerra
española
Carmen Martín Gaite nos legó un excelente material para
poder comprender, para entendernos un poco más. En "Usos amorosos de la
posguerra española" nos transporta a la mirada de la mujer que nos
precedió, nuestras abuelas, nuestras madres, al fin y al cabo, seguimos siendo
eso, hijas de hijas de hijas.
Así se aprendió a ser mujer a lo largo de varias generaciones. La autora nos habla de miedo y de una vergüenza que lejos de ser propios aparecían inoculados por la fuerza y el peso del patriarcado; espacio donde el hombre predominaba, donde mucha mujer sucumbía y aprendía el papel otorgado en el reparto de la obra de la vida.
Como en un proceso terapéutico personal en el que profundizamos deslizándonos por nuestras raíces buscando razones; las nuestras, las del corazón, las que a veces no atienden ni ellas a ninguna razón visible…, también resulta interesante, por qué no, sumergirnos en los abismos sociales que nos precedieron para así poder entender un poquito, para saber más de la madre, de la abuela…, entendiendo y valorando lo que ellas lograron romper y a la vez, reconociendo aquello que, a nuestro pesar, se nos transmitió y todavía seguimos cargando.
Lo cierto es que, en esa época no tan lejana, así se gestaron nuestras raíces femeninas y de alguna manera la aparición de la menarquía era vista como la entrada al mundo del depredador, del peligro sexual, del terror de tener hijos no deseados con el sátiro de turno. Y hubo quién se lo creyó, hombre y mujer, por ambas partes.
Se preconizaba una mujer sin alegría, cabizbaja,
moderada, recatada… No en vano todas sabemos lo que significaba la expresión
una mujer de vida alegre. Mostrar alegría parecía ser interpretado como una
provocación, como una frescura.
A reírse, toca… y con ganas!
Socialmente, en el área de la mujer se potenciaba y se elogiaba
la negación de las emociones, la evitación, el no escucharse… Aparecíamos como frágiles
presas en un mundo lleno de depredadores. Por cierto, también hubo más
damnificados, entre ellos el varón que se lo creyó, introyectando el doloroso arte
de la cacería urbana, actuando como jauría, mordiendo en manada.
Plagiando de alguna manera a Hobbes… y sólo desde esta concreta perspectiva, ¿El hombre es un lobo para la mujer?
¿Qué resuena en ti de todo esto?
¿Qué te transmitió tu yaya?
¿Qué bloqueos provienen de tus generaciones anteriores?
¿Qué memorias se enquistaron en nuestro ADN?
¿En qué porcentaje quedó dañada nuestra sexualidad? ¿Cómo
pudo contaminarse por ello nuestra fertilidad?
Por hoy, nada más. Sobran las palabras.
Es tiempo de
reflexión.
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