Si ese niño o esa niña decide que tiene que cargar ese lastre en silencio, de alguna manera sus potencialidades pueden verse mermadas y con el tiempo ese adulto, aunque trate de relativizarlo, sabe que tiene algo que le corroe y que no le permite ser él o ella misma en plenitud.
Nuestro cuerpo tiende a la homeostasis y es de sobras sabido que
cuando ésta se altera sobrevienen tensiones en los diferentes sistemas. Por ejemplo
si la glucosa en sangre desciende o aumenta en exceso, ese organismo
reaccionará en consecuencia tratando de compensar ese desequilibrio. Es
evidente que ese esfuerzo generará una presión en el conjunto de sistemas
somáticos relacionados con la problemática concreta.
Del mismo modo, en el área emocional, cuando las personas se enfrentan
a vivencias que les representan un estrés moderado, ese mismo estrés que no les
desborda puede resultar adaptativo, sin embargo cuando esa presión aparece de
forma intensa, o de forma repetitiva los mecanismos cerebrales pueden acabar
comprometidos y alterados. El sistema se altera.
En la infancia, aunque pudiera parecer lo contrario, no todo estrés es
preocupante. Por ejemplo, el estrés que
suscita un evento nuevo no tiene porqué ser contemplado como negativo y si es
bien recogido puede servir para que el niño explore y pueda ir armando sus
esquemas internos de seguridad. Sin embargo para que un niño vaya adaptándose
es básico que dentro de su esquema vital pueda contar con una base de apego
estable y segura, con un cuidador amoroso y
la vez disponible. Ambos parámetros nos edifican.
En la actualidad cuando los clínicos del trauma abordamos la historia
de nuestros pacientes tenemos muy en consideración los ACE –Adverse Childhood Events- . Se trata
vivencias adversas que ocurrieron durante su infancia y que pueden abarcar las
siguientes áreas de la vida del menor:
I- Familiar
(abusos de sustancias, rupturas o divorcios,
enfermedad mental, maltratos,
muertes tempranas…)
II- Negligencias
(físicas como pudiera ser no vestir o cuidar
adecuadamente al niño,
emocionales, educativas…)
III-Abusos
(físicos, psicológicos, sexuales).
Podemos considerar que un
hecho es traumático cuando descompensa al organismo y altera su homeostasis de forma extrema y negativa.
Cada niño reacciona de forma distinta frente al trauma en función de sus
características individuales, del tipo de estructura familiar y social que lo
contiene, de la presencia de cuidadores efectivamente disponibles y de aspectos
referentes al patrón del trauma como pueden ser la naturaleza del mismo, la
duración, la repetición del mismo.
Resulta básico entender que con este tipo de vivencias se altera el equilibrio neuroquímico de los sistemas
neurales pudiendo darse también alteraciones de carácter más estructural que
conducen a problemáticas de memoria y aprendizaje.
En el caso de no estar el
trauma bien diagnosticado podría llegar a pensarse que el niño presenta por
ejemplo únicamente algún tipo de trastorno como el de déficit de atención y efectuar un enfoque
terapéutico que de poco nos va a servir mientras el núcleo infectado del trauma
siga latiendo de forma consciente o incluso inconsciente. Además el hecho de no
abordar la problemática adecuadamente puede suponer una erosión en el menor ya
que a pesar de saberse en manos terapéuticas sigue sin mejorar y se derrumba sintiendo que una vez más decepciona a su círculo familiar.
El niño traumatizado sigue
presentando un estado de hipervigilancia ya que algo dentro de él se activó
durante las/s ACE; se trata de una alerta que va de la mano del miedo, del
temor de lo que podría volver a suceder. Otras sintomatologías a tener en
consideración son la agresividad, la impulsividad, ansiedad,
problemas de sueño, apatía, depresión. Sintomatología de este tipo no debería
ser jamás relativizada o infravalorada ya que probablemente tiene su razón de
ser.
acestudy |
Tal como se aprecia en la
imagen, las ACE o experiencias adversas en la infancia siguen afectando
la salud y el bienestar a lo largo de la vida.
Es importante entender que las
consecuencias del trauma en la infancia no pueden ser reguladas por la
voluntad. Aunque la persona no quiera sentirse mal, ciertos estímulos vitales o
inputs le siguen atando a lo que pasó y se desencadenan automáticamente apareciendo
de vez en cuando incluso en el caso de que la memoria consciente hubiera
decidido borrar aparentemente aquello que sucedió.
El trauma atrapa el
dolor en una dimensión intemporal y esa desregulación sigue allí hasta que no se la
localiza y aborda correctamente.
La OMS publica unas
directrices sobre la atención de salud mental tras los eventos traumáticos:
Con el nuevo protocolo,
publicado conjuntamente con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los
Refugiados (ACNUR), el personal de atención primaria puede ofrecer apoyo
psicosocial básico a los refugiados y a las personas expuestas a traumas o a la
pérdida de seres queridos en otras situaciones.
El tipo de apoyo ofrecido
abarca los primeros auxilios psicológicos, la gestión del estrés, y la
ayuda a los afectados para enseñarles métodos de afrontamiento positivos y
posibilidades de apoyo social, o reforzarlos en su caso.
Además, ante los afectados por
el trastorno de estrés postraumático, debe considerarse la posibilidad de
derivarlos para que reciban tratamiento avanzado, como por ejemplo terapia
cognitivo-conductual o una nueva técnica conocida como desensibilización y
reprocesamiento por movimientos oculares (EMDR). Estas técnicas ayudan a las
personas a atenuar los recuerdos vívidos, reiterados y no deseados de eventos
traumáticos. Se recomienda una mayor capacitación y supervisión para ampliar
las posibilidades de acceso a esos métodos.
Nuestra sociedad ha estado durante
mucho tiempo dando la espalda a muchas problemáticas, especialmente a la de los
abusos sexuales a menores. De alguna manera en numerosas ocasiones han
prevalecido las palabras del adulto agresor por encima de las quejas, los
síntomas o los largos silencios o comportamiento al parecer inexplicables del menor abusado.
Hoy día algo está cambiando
y desde una perspectiva clínica y a la vez compasiva podemos entrever que la
muchas veces abusa quién también lo fue, sin embargo no todo abusado es abusador. Esto no es una justificación sino
una dura realidad. Así las cosas, nos queda una gran labor clínico-terapéutica y social
por realizar.