Aristóteles estaba en lo cierto cuando afirmaba que el hombre es por naturaleza un animal social ya que, una vez nacido para seguir con vida necesita apoyo y cuidado por parte de otras personas. Sin embargo, hoy día sabemos que su máxima puede sabernos a poco puesto que para realizarnos como seres humanos completos no nos basta con subsistir, necesitamos vincularnos, sentirnos contenidos y, a poder ser, queridos, muy amados.
Durante nuestra gestación este proceso de vinculación se efectúa de forma inconsciente por parte del feto y a lo largo de nuestros primeros tiempos vamos tomando consciencia progresivamente de ese lazo y conforme van madurando nuestras estructuras cerebrales lo sentimos, lo absorbemos, lo integramos, lo reconocemos, lo buscamos, lo necesitamos.
Las criaturas sin vínculo se hallan perdidas, confusas en tierra de nadie, como si anduvieran dentro de un sueño.
A modo metafórico podríamos decir que el recién nacido tiene en su interior una esponja cerebral que en sus inicio no se halla expandida con todo su potencial y/o esplendor sino que aparece inicialmente desprogramada o deshidratada y será a partir de la adecuada conexión vincular con la figura de apego cuando podrá ir absorbiendo ese amor que le permitirá nutrirse, desarrollarse y sentirse contenido, acompañado, querido...
El bebé sin vínculo es un ser al que la vida le usurpó ese adulto o eje de referencia y al no poder contactarlo se confundió, y ese alejamiento o distancia emocional para con la figura de apego repercute sobre él ya que no le permite el centramiento o encajarse consigo mismo. No sabe cómo hacerlo a no ser que alguien se lo muestre, se lo enseñe o le dedique una mirada de conexión física y acompañada, a poder ser, de conexión amorosa, compasiva.
La criatura sin vínculo es como el sediento que busca agua en el desierto y termina por quedarse cerca del cactus que pincha pero que de alguna manera puede hidratarle, a la vez que teme salir de ese perímetro que aparenta ser de seguridad pero que, en el fondo, es limitante y reduccionista. Sin embargo, el desconocimiento del terreno y el miedo a perder lo poco que tiene no le permite explorar ya que, al ser tan joven, carece de recursos.
Y es que cuando nos vinculamos, para bien o no, algo se esculpe dentro de nuestro ser.
Quién nos da la vida y nos alimenta por lo general acaba alabando o reprobando nuestros actos. Así pues, nuestros primeros pasos, andanzas, reacciones y demás son perfilados, realzados de forma consciente o no por el artífice de turno que modela nuestros esquemas mentales al estilo del artesano que repuja cuero.
Alguien podría apuntar que en el hecho de vincularse, de apegarse, la psique del menor acaba actuando a modo de caja de resonancia que lo cincela a partir de los parámetros emitidos por esa madre, ese padre o quién tenga la función de figura de apego.
Así las cosas, a simple vista, parecería que lo peor que puede sucederle a un menor es no contar con esos padres que lo concibieron pero eso no es del todo cierto ya que si las circunstancias de la vida le facilitan una familia de adopción o de referencia equilibrada y madura podrá tener la posibilidad de sanar aquello que, en un principio, pareció marchitarse. Así pues cuando el bebé tiene a su vera a esa madre y ese padre será de vital importancia valorar la calidad de apego que partirá del estado de equilibrio emocional del adulto en cuestión.
De ahí nos surge una profunda reflexión que nos lleva a interrogarnos en relación a la calidad del vínculo que ofrecemos a nuestros hijos...
*¿Juegas con tus hijos? ¿Compartes tiempo con ellos? Recuerda que no les basta con tu presencia física... Los niños necesitan el contacto físico, las miradas de ternura, complicidad...el afecto.
*Sincérate contigo mism@. ¿Tienes cuestiones emocionales pendientes de resolver? Analiza tu estado emocional y haz una valoración de cómo podría afectar a tu prole. Si no sabes cómo desenvolverte en este tema acude a alguna asociación profesional de psicólogos con garantía para que te orienten en este importante tema.
“Di a aquellos que amas que realmente los amas y en todas las oportunidades y recuerda siempre que la vida no se mide por la cantidad de aire que respiraste, sino por los momentos que tu corazón palpitó fuerte: de tanto reír, de sorpresa, de éxtasis, de felicidad, sobre todo de querer sin medida” Pablo Picasso
Maternidad- P.R.Picasso |
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