2.15.2016

EL ABUSO SEXUAL EN LA INFANCIA.






Cuando un menor sufre abusos sexuales, algo se fisura en su sí más profundo.



Si ese niño o esa niña decide que tiene que cargar ese lastre en silencio, de alguna manera sus potencialidades pueden verse mermadas y con el tiempo ese adulto, aunque trate de relativizarlo, sabe que tiene algo que le corroe y que no le permite ser él o ella misma en plenitud.





Nuestro cuerpo tiende a la homeostasis y es de sobras sabido que cuando ésta se altera sobrevienen tensiones en los diferentes sistemas. Por ejemplo si la glucosa en sangre desciende o aumenta en exceso, ese organismo reaccionará en consecuencia tratando de compensar ese desequilibrio. Es evidente que ese esfuerzo generará una presión en el conjunto de sistemas somáticos relacionados con la problemática concreta.
Del mismo modo, en el área emocional, cuando las personas se enfrentan a vivencias que les representan un estrés moderado, ese mismo estrés que no les desborda puede resultar adaptativo, sin embargo cuando esa presión aparece de forma intensa, o de forma repetitiva los mecanismos cerebrales pueden acabar comprometidos y alterados. El sistema se altera.

En la infancia, aunque pudiera parecer lo contrario, no todo estrés es preocupante.  Por ejemplo, el estrés que suscita un evento nuevo no tiene porqué ser contemplado como negativo y si es bien recogido puede servir para que el niño explore y pueda ir armando sus esquemas internos de seguridad. Sin embargo para que un niño vaya adaptándose es básico que dentro de su esquema vital pueda contar con una base de apego estable y segura, con un cuidador amoroso y  la vez disponible. Ambos parámetros nos edifican.

En la actualidad cuando los clínicos del trauma abordamos la historia de nuestros pacientes tenemos muy en consideración los  ACE –Adverse Childhood Events- . Se trata vivencias adversas que ocurrieron durante su infancia y que pueden abarcar las siguientes áreas de la vida del menor:

I-  Familiar (abusos de sustancias, rupturas o divorcios,
    enfermedad mental, maltratos, muertes tempranas…)
II- Negligencias (físicas como pudiera ser no vestir o cuidar
     adecuadamente al niño, emocionales, educativas…)
III-Abusos (físicos, psicológicos, sexuales).


Podemos considerar que un hecho es traumático cuando descompensa al organismo y  altera su homeostasis de forma extrema y negativa. Cada niño reacciona de forma distinta frente al trauma en función de sus características individuales, del tipo de estructura familiar y social que lo contiene, de la presencia de cuidadores efectivamente disponibles y de aspectos referentes al patrón del trauma como pueden ser la naturaleza del mismo, la duración, la repetición del mismo.
Resulta básico entender que con este tipo de vivencias se altera el equilibrio neuroquímico de los sistemas neurales pudiendo darse también alteraciones de carácter más estructural que conducen a problemáticas de memoria y aprendizaje.

En el caso de no estar el trauma bien diagnosticado podría llegar a pensarse que el niño presenta por ejemplo únicamente algún tipo de trastorno como el de déficit de atención y efectuar un enfoque terapéutico que de poco nos va a servir mientras el núcleo infectado del trauma siga latiendo de forma consciente o incluso inconsciente. Además el hecho de no abordar la problemática adecuadamente puede suponer una erosión en el menor ya que a pesar de saberse en manos terapéuticas sigue sin mejorar y se derrumba sintiendo que una vez más decepciona a su círculo familiar.

El niño traumatizado sigue presentando un estado de hipervigilancia ya que algo dentro de él se activó durante las/s ACE; se trata de una alerta que va de la mano del miedo, del temor de lo que podría volver a suceder. Otras sintomatologías a tener en consideración son la agresividad, la impulsividad, ansiedad, problemas de sueño, apatía, depresión. Sintomatología de este tipo no debería ser jamás relativizada o infravalorada ya que probablemente tiene su razón de ser.




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Tal como se aprecia en la imagen, las ACE o experiencias adversas en la infancia  siguen afectando la salud y el bienestar a lo largo de la vida. 


Es importante entender que las consecuencias del trauma en la infancia no pueden ser reguladas por la voluntad. Aunque la persona no quiera sentirse mal, ciertos estímulos vitales o inputs le siguen atando a lo que pasó y se desencadenan automáticamente apareciendo de vez en cuando incluso en el caso de que la memoria consciente hubiera decidido borrar aparentemente aquello que sucedió.





El abuso sexual infantil no resuelto supone que una parte de ese niño, o de ese ya adulto sigue siendo abusada y los síntomas -vergüenza, culpa...-,  se mantienen latentes. 







El trauma atrapa el dolor en una dimensión intemporal y esa desregulación sigue allí hasta que no se la localiza y aborda correctamente.


La OMS publica unas directrices sobre la atención de salud mental tras los eventos traumáticos: 

Con el nuevo protocolo, publicado conjuntamente con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), el personal de atención primaria puede ofrecer apoyo psicosocial básico a los refugiados y a las personas expuestas a traumas o a la pérdida de seres queridos en otras situaciones.
El tipo de apoyo ofrecido abarca los primeros auxilios psicológicos, la gestión del estrés, y la ayuda a los afectados para enseñarles métodos de afrontamiento positivos y posibilidades de apoyo social, o reforzarlos en su caso.


Además, ante los afectados por el trastorno de estrés postraumático, debe considerarse la posibilidad de derivarlos para que reciban tratamiento avanzado, como por ejemplo terapia cognitivo-conductual o una nueva técnica conocida como desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares (EMDR). Estas técnicas ayudan a las personas a atenuar los recuerdos vívidos, reiterados y no deseados de eventos traumáticos. Se recomienda una mayor capacitación y supervisión para ampliar las posibilidades de acceso a esos métodos.

Nuestra sociedad ha estado durante mucho tiempo dando la espalda a muchas problemáticas, especialmente a la de los abusos sexuales a menores. De alguna manera en numerosas ocasiones han prevalecido las palabras del adulto agresor por encima de las quejas, los síntomas o los largos silencios o comportamiento al parecer inexplicables del menor abusado.



Hoy día algo está cambiando y desde una perspectiva clínica y a la vez compasiva podemos entrever que la muchas veces abusa quién también lo fue, sin embargo no todo abusado es abusador. Esto no es una justificación sino una dura realidad. Así las cosas, nos queda una gran labor clínico-terapéutica y social por realizar.